martes, 27 de mayo de 2008

Microcosmos VII



I
La vida no es una fiesta; la fiesta fue antes pero la resaca nos impide recordar algo.

II
Un astronauta en una nave de acero que orbita el planeta observa hacia abajo. Ve nubes de plomo y océanos como bloques de cemento y unos insectos que se creen dioses manipulando los fuegos de la ciencia. Vomita. Y decide irse al carajo.

III
El único que creó microcosmos exquisitos fue Bartók.

IV
Marlëk y su escudero llegaron cansados luego de un viaje de arenas y arroyos titánicos. Como no había nada para apagar la sed del hambre, Marlëk se comió a su escudero.

V
César se sintió vacío el día que lo apuñalaron. Un vacío de puñales y de imperios y de legiones que no sirvieron para nada.

VI
Dios abraza a la Tierra o la acaricia. Sus manos son humo tóxico que asfixia a los humanos.

VII
El Imperio llegará a su fin y la Humanidad no necesitará más estructuras supraindividuales. Pero cuando llegue ese momento, todo será un lindo recuerdo.

VIII
Un día viajé en el tiempo. Fui hacia el futuro, un par de años nomás. Me asusté tanto- mi alma sintió una pulsión de caos y mi cuerpo se abandonó en la nada-que decidí regresar a la mejor época posible: aquí y ahora.

IX
Las Ideas tienen el sabor de la sangre o de la derrota. El mundo de las Ideas no está más allá; está más acá, en el barro.

X
Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.
Cuando despertó, el ángel todavía estaba allí.
Cuando despertó, el mundo se quebraba.
Cuando despertó, el infierno escupía almas.
Cuando despertó, la luna todavía reía.
Cuando despertó, le hizo el amor a su amante…

lunes, 19 de mayo de 2008

La Muerte de Pan


El bosque estaba en paz. Su silencio verde era perfecto, los árboles meditaban sobre el mundo mientras sorbían la atmósfera de jade y las ninfas dormían tiernas siestas, soñando con amantes divinos. Ninguna maldad se escondía entre los tallos firmes y las hojas fragantes, solo Pan. Este dios (de patas peludas y con pezuñas, dos cuernos en la frente, una sonrisa malsana en el rostro barbudo) esperaba pacientemente, bebiendo de un odre de fino cuero. Ananké había decretado, tiempo atrás cuando el mundo recién se animaba a andar, que su triste papel en la existencia consistía en asustar a todo ser racional que osara invadir el bosque. Ante su presencia han huido miles, incluso dioses de altivos rostros. Pero otra misión, otro papel más secreto y más glorioso, recaía sobre los hombros de este dios: todo el paganismo, con sus vastos límites, llameaba en su corazón. Él, en realidad, no lo sabía; pero Zeus, el Olimpo, las Parcas y hasta la mismísima Ananké tenían origen y fundamento en su alma, que era tosca como el vómito de Dionisio.
Pan esperaba, como siempre. Pero algo diferente había en el medio, algo que inquietaba a su nariz y a sus oídos. Quizás era el excesivo silencio del lugar o esas fragancias nuevas que comenzaban a extender sus dedos de éter sobre el aire verde. Algo se acercaba. Pan sonrió, pero su sonrisa no era la de antaño.
No sintió los pasos pero sí la presencia. Y cuando la enfrentó, al saltar desde un árbol ancho y viejo, su sonrisa se escapó como un insecto que huye de la muerte. Primero, porque el ser que estaba delante suyo no se inmutó (todos huían al ver su expresión, su fealdad, sus ojos enfermizos, su boca lasciva); segundo, porque aquel ser era extraño a su mundo. Un rostro de mujer coronaba un brillo inefable, una luz blanquísima con dos alas y una trompeta del material de las estrellas: un serafín en toda su gloria.
-vengo a anunciarte algo, dios Pan-dijo el serafín con una voz híbrida de arpa y de timbal, de relámpago y de trueno.
-¿Quién sos?-preguntó Pan con su voz tosca o de siringa desafinada.
-soy un humilde servidor de Dios, del único, aquel que todo lo ve desde el Empíreo, y vengo a anunciar tu muerte. El señor Jesucristo ha nacido y vos tenés que morir. Una nueva era comienza y nos pertenece.
-pero no es mi tiempo aún, todavía me queda una eternidad para seguir asustando y embriagándome y haciéndole el amor a las ninfas del bosque.
-nada ni nadie tiene la eternidad asegurada, ni siquiera nosotros. Ahora vendrá un tiempo de persecución y de leones hambrientos, pero luego un imperio de acero nos respaldará y, entonces, se alzarán templos aún más grandes que los tuyos, catedrales de roca y cristal que aplastarán los altares de Zeus y de Wottan; y la gente por millares en todo el mundo nos regalará su fe. Incontables guerras e instituciones de hierro irán cincelando nuestro poder y el universo será como nosotros digamos. Pero, luego de varios siglos, nosotros también nos apagaremos, y otros dioses-o Ideas-tomarán nuestro lugar para reinar sobre los hombres. Así está escrito.
Pan se entristeció. Su mirada se tornó humana y hermosa, mezclando tristeza y comprensión. Hay veces que la belleza es poder entender, aunque el entendimiento verse sobre la propia derrota.
-¿Y qué será de nosotros?-Preguntó al serafín maldito, casi en un ruego.
-seguirán existiendo pero en recuerdos, en leyendas, en cuentos, en libros en voces de ancianos. Seguirás asustando pero en bosques oscuros de mito, en mundos de tinta, dentro de un cosmos infranqueable. Allí estarán también los Titanes arrojando montañas y Sigfrido escuchando el dialecto de los pájaros; Medea y su locura, Helios en su carro de oro y Teseo perdiéndose en las entrañas de Asterión; Odín y su hidromiel absoluto y el cuerpo de Osiris navegando por el Nilo. Serás nada pero no olvido.
-¿Debo estar contento?
-simplemente debes estar, donde te corresponde. Algún día te acompañaremos. Ahora, vete. Ya es tarde.
Y entonces el bosque presenció en su pasividad verde cómo unas brumas comenzaron a elevarse en el aire, mezcladas con cenizas y lágrimas. La piel del ser pagano, del dios que era todos los dioses, se unió al aire en un abrazo de muerte, un humo con sabor a nada. Un trueno desgarró el mundo y todo fue llanto o risas: Pan había muerto. La trompeta del serafín cantó la gloria de Dios, del único dios, y luego el ser se elevó hacia el Empíreo (donde antes estaba el Olimpo y Asgard), dejando una estela de luz...

martes, 13 de mayo de 2008

Cosmogonía II


La Idea estaba antes que todo. En un espacio de éter puro y agua fresca, un océano primordial donde todo lo que iba a ser ya era, la Idea se disponía a ordenar los elementos. Es que el ser depende de una conciencia que lo configure como tal. La Idea era esa conciencia, una conciencia clara y precisa, absoluta, puro pensamiento. Un observador mental, un ojo no físico hecho de la materia con que se construyen las almas. Con los dos elementos existentes comenzó a trabajar, con agua y éter. Primero construyó una fortaleza de cristal en el centro del espacio, un sol negro que sería la fuente de poder del universo. De allí, las estrellas y sus hijos de roca fueron paridos por explosiones espectaculares-como finales orgiásticos de poemas sinfónicos, vientos y timbales y órganos chocando con ese silencio en donde todavía se percibe la magia de la batuta-. Millones de estrellas y mundos tomaron su lugar en el espacio ante la atenta mirada de la Idea, que pensaba las leyes que gobernarían ese reino. La gravedad, el caos, la luz, las reacciones de los elementos, las almas y sus prisiones de carne. Porque el universo, para existir, para seguir existiendo, necesitaba más observadores. Por eso la Idea pensó a las razas. Por eso las almas llovieron sobre ciertos mundos aptos para soportar los cuerpos y su compleja biología. Extensiones de su conciencia. En general, en el tercero o en el cuarto planeta de los sistemas estelares, fueron naciendo diversas razas que configuraron, con su pensamiento, dado que eran parte de la Idea, los diversos entes sometidos a su cotidianeidad (que es la observación sobre el devenir; la Idea, en cambio, observa en un eterno presente). Muchos siglos pasaron y así el universo creció, alimentado por las razas, cada vez más inteligentes y seguras de la realidad. La Idea sigue pensando el mundo pero este, en última instancia, es responsabilidad de las almas. Muchas razas, por no comprender que eran parte de algo más grande, se extinguieron; otras, en cambio, alcanzaron la gloria de la Idea e hicieron de su porción del cosmos un paraíso; y unas pocas, como la nuestra, siguen luchando, siguen buscando lo correcto aunque les cuesta entender el propósito que las impulsa. Dichas razas siguen llamando Dios a la Idea.

martes, 6 de mayo de 2008

Diálogos II


Señor Gris: lindo día, ¿No?
Joven Azul: odio las trivialidades. El clima o la configuración del cielo no nos pertenecen. Hablemos de cosas humanas.
SG: bueno, pero el clima es humano. Sin humanidad no existiría el clima, solo fenómenos desnudos de reglas, sueltos.
JA: usted me entiende. Quiero decir, no hablemos del mundo de afuera, hablemos del mundo que se esconde en lo hondo, donde las significaciones son fuertes y únicas.
SG: está bien. Ayer maté a alguien.
JA: bueno, eso está mejor.
SG: nunca había matado a nadie. Siempre imaginé que como hombres nosotros no tenemos derecho a matar. Ese privilegio solo les pertenece a los inferiores. Pero lo hice. Porque sí. Me abracé al cuchillo como a un templo y hundí mi mano en el pecho de esa mujer. No gritó. Supongo que entendió mis razones, aunque no las tuviese.
JA: le digo: primero, el hombre es el único que mata, el único que entiende lo que es quitar una vida. Los animales matan por instinto, es decir, la naturaleza los obliga a matar. El hombre, en cambio, al matar, sabe que está negando al otro y, en ese acto elemental, a su vez, se niega a si mismo. El que mata, se mata, se suicida, niega su condición de ser libre, y lo hace sabiéndolo; segundo, por lo tanto, no creo que usted no tuviera razones para hacerlo.
SG: no le miento. Fue automático. No pensé. Solo fue el cuchillo, mi mano y la Muerte llenando los ojos de esa mujer. Si lo racionalizo supongo que quería probar que me asquea el mundo, que somos nada reproduciendo nada todo el tiempo y que Dios dejó este barco hace mucho tiempo. Ahora voy a matarme. Cuando este tren llegue a la Terminal yo también probaré las sabanas del olvido.
JA: ¿vio? Después de todo, razones tenía. Fuertes razones. Bueno, acá me bajo. Que siga bien, señor, y que del otro lado comprenda que el mundo no es tan malo.
SG: el mundo es lo que es. Somos nosotros los malditos. Yo, por mi parte, no molestaré más. Que siga bien. Nos vemos del otro lado…

Sonidos (hay mucho para escuchar)

Paraiso Perdido

Paraiso Perdido